A partir de los cuatro años, o cuatro años y medio, los juegos simbólicos sufren una transformación. A medida que el niño va superando su egocentrismo y adaptándose a las realidades del mundo físico y social y aprehendiendo el mismo, comienzan a desaparecer las deformaciones y transposiciones simbólicas ya que, en lugar de asimilar el mundo a su yo, somete éste a su realidad.
El niño encuentra cada vez más interés en la existencia real, y ésta le ofrece los medios para satisfacer las necesidades afectivas e intelectuales de su "yo" para "compensar", "liquidar", etc. situaciones insatisfactorias. Así, la asimilación simbólica (la ficción) se vuelve cada vez menos útil. El símbolo se aproxima cada vez más a lo real, y pierde su carácter de deformación, convirtiéndose en una simple representación imitativa de la realidad o "representación adaptada".
Las notas distintivas que definen la actividad lúdica en esta etapa son las siguientes:
1- Existe preocupación creciente por la veracidad y exactitud en la imitación de la realidad.
2- El niño valoriza el producto obtenido a través de su actividad, más que la actividad misma.
3- El juego adquiere mayor orden, secuencia y continuidad. Este orden y coherencia se ponen de manifiesto también en las construcciones materiales que realiza el niño en esta etapa.
2- El niño valoriza el producto obtenido a través de su actividad, más que la actividad misma.
3- El juego adquiere mayor orden, secuencia y continuidad. Este orden y coherencia se ponen de manifiesto también en las construcciones materiales que realiza el niño en esta etapa.
A su vez, los progresos en la socialización contribuyen a que se registren las siguientes características:
4- El simbolismo va haciéndose más colectivo (simbolismo de varios).
5- Los roles se diversifican y se diferencian cada vez más (mecánicos, bomberos, doctoras, etc.).
5- Los roles se diversifican y se diferencian cada vez más (mecánicos, bomberos, doctoras, etc.).
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